
Felipe Aguirre
Pereira es una ciudad ubicada al centro occidente de Colombia, es parte del territorio
declarado por la UNESCO en el año 2011 como patrimonio de la humanidad por su paisaje
cultural cafetero. Pereira, la ciudad céntrica del triángulo del café, guarda centenares de
historias en sus calles y edificios que en más de 150 años han logrado mantenerse, algunos
con modificaciones, pero todavía firmes. Más allá del viaducto que por nombre lleva a
Cesar Gaviria Trujillo por ser su gestor en 1997 y que por su altura y moderna arquitectura
es blanco de las miradas de propios y extraños, en Pereira hay un lugar donde se concentra
gran parte de la población de la ciudad: el centro. Este es un sitio con calles coloniales
elaboradas en adoquines, con edificaciones alrededor en arquitectura tradicional, en una de
sus plazas está ubicado el monumento del libertador Simón Bolívar mirando hacia la
catedral, el máximo recinto de los pereiranos que profesan la religión católica, hay
múltiples bancos, hoteles, restaurantes, fotógrafos, lustradores de zapatos y comerciantes,
es un lugar de mucho movimiento cuando la luz del día es la protagonista. La carrera
séptima es muy transitada, al igual que la octava debido al comercio que se concentra allí,
la mayoría son vendedores ambulantes que dan vida y color a estos lugares con sus ventas
de ropa, de comida, de utensilios para el hogar, herramientas y otras cosas más, pero
cuando acaba la mañana y la tarde, cuando el sol se esconde y abandona el panorama y
empieza a oscurecer, Pereira ya no es la querendona que se ha visto a lo largo del día,
cuando la ciudad recibe la noche, ya no se ven las mismas caras amables, los locales cierran
temprano, algo así entre 7 y 8 de la noche, las calles angostas del centro parecen anchas
cuando la gente ya ha desalojado el lugar en su mayoría, las calles quedan sucias, con
basuras en el piso y los recipientes llenos, cierran las joyerías y tiendas de ropa, pero abren
los bares, se van los vendedores ambulantes, pero aparecen los mariachis en la esquina de
la séptima con quince, se van los señores de la tercera edad del parque La Libertad, pero
aparecen nuevos personajes a ocupar los asientos que hace un rato habían desocupado.
Cuando hay luz natural, el parque La Libertad está lleno de movimiento, la iglesia ‘La
Balvanera’ está siempre con las puertas abiertas recibiendo a los feligreses que se acercan y
que en su mayoría son gente adulta, a las 5:30 y 6:30 de la tarde los diáconos de la
parroquia anuncian por medio de las campanas que la eucaristía está próxima a realizarse;
en la esquina de la carrera séptima con calle 14 se acercan los buses de transporte urbano a
realizar paradas transitorias en busca de pasajeros que se dirigen a diferentes barrios de la
ciudad donde las rutas ofrecen los servicios, en esta misma esquina están los voceadores,
que son jóvenes que permanecen allí y se encargan de anunciar a las personas que alguna
ruta en específico llegó y que está próxima a seguir su rumbo; el parque está adornado con
palmeras muy altas y antiguas que rodean toda la plaza, en medio de ella hay algunos
árboles y prado, justo en todo el centro está ubicado un CAI de la policía, pero lo que en
realidad llena de historias y vida a la plaza, son las personas que transitan y permanecen
allí, durante horas de la tarde el parque es ocupado por personas de la tercera edad, hombres
y mujeres mayores que se juntan en la plaza a jugar parqués, a jugar dominó, a las cartas, a
leer la prensa mientras se toman un café, también hay comercio allí mismo, puestos de
señoras que venden tinto, buñuelos, confites, minutos para hacer llamadas a teléfonos
móviles, por la carrera octava entre calle 13 y 14 hay vendedores ambulantes de frutas y
verduras en los andenes de otros sitios más formales como restaurantes chinos,
compraventas, floristerías, casinos y hoteles, estos dos últimos con fachadas muy poco
confiables y llamativas, letreros y avisos pintados en la pared, entradas angostas con
cortinas sucias. Las calles y andenes que rodean la plaza parecen las de un lugar
abandonado, están llenas de basuras que dejan las personas que transitan y trabajan por allí,
el asfalto agrietado y gastado demuestra que es una zona de la ciudad que le importa poco a
los entes gubernamentales encargados de mantener el orden y el aseo de la capital
risaraldense. Los olores de la plaza son muy particulares, el olor del humo del cigarrillo se
apodera del parque, además de que la música popular es la preferida por los que ocupan
este sitio. Hace un poco más de 30 años, esta plaza era conocida como ‘Sanandresito’, todo
el comercio de la ciudad se concentraba allí, ahora no, ahora es un lugar de cuidado y alerta
para los habitantes de Pereira.
Cuando se acaba la tarde, se esconde el sol y asoma la noche, todo parece cambiar en este
lugar y en el centro de la ciudad como tal, pero más que todo allí, en la plaza La Libertad y
sus calles aledañas. Las sillas del parque son los lugares preferidos de los habitantes de
calle para descansar, se tapan todo el cuerpo con las sábanas desteñidas y llenas de mugre y
así se van a dormir, la policía ya no hace presencia en el lugar, el CAI apagó las luces,
ahora son otras personas, otras caras nuevas vestidas de civil y que nada tienen que ver con
la ley los que se encargan de “cuidar” el lugar. Se estacionan a un costado del parque los
llamados ‘Piratas’ que son personas que transportan gente en carros particulares a un precio
económico a diferentes puntos de la ciudad, después de las 9 no transitan más vehículos de
transporte público, lo que para los piratas se convierte en un negocio favorable. El comercio
de frutas y verduras ya no está, todos se han ido, las señoras que venden tinto también
abandonaron el lugar, cerraron los locales, pero los bares ahora son los protagonistas.
Cambió el olor de las calles, huele a materia fecal, a orines y a madera quemada, los
indigentes y drogadictos se adueñan del lugar, miran con maldad, en sus caras se ve
ansiedad, parecen enfermos, miran el suelo queriendo encontrar algo que los ayude a
calmar su ansia, se agrupan, hacen una ronda, juegan con unos dados mientras pasa la
noche, algunos ya están alistando las venas para inyectarlas con el líquido que por nombre
tiene uno que suena irónico, para inyectar la heroína, esa que a nadie salva. En las esquinas
de la calle 14 predominan las mujeres, o tal vez los transexuales, están vestidos con prendas
muy cortas, faldas que dejan ver parte de sus nalgas, blusas tan precarias que no dejan nada
a la imaginación de quien las mira, mujeres que esperan, en la puerta de edificaciones
viejas con letreros que dicen ‘Hotel’, por un cliente, o inclusive por una víctima para
quedarse con las pertenencias de quien va a buscarlas.
En la noche, Pereira ya no es la misma ciudad decente, ya no es la misma perla de la que
hablan sus habitantes y la que muestran orgullosos en fotos y videos en redes sociales.
Cuando llega la oscuridad, esa ciudad trasnochadora ya no es tan querendona, la imagen de
la ciudad es la de una muy pobre que ha sufrido las consecuencias de la droga y el alcohol,
las consecuencias de las personas que por falta de empleo formal, salen en las noches a
infringir la ley para obtener un poco de dinero o algo de valor, las trabajadoras sexuales que
deben vender su dignidad para llevar comida a sus casas, aunque algunas solo lo hagan por
placer y maldad. Pereira es una ciudad con mucha historia, tanto buena como mala y
vergonzosa, pero no solo hay que ver el lado atractivo que siempre muestran como el
viaducto, el aeropuerto y el estadio que son lugares hermosos que hacen sacar pecho a los
pereiranos, hay que mirar el otro lado de la ciudad, lo que sucede cuando la mayoría puede
descansar en las casas y apartamentos, lo que sucede cuando casi nadie está viendo, la
realidad de una ciudad que lucha constantemente con el desempleo, la droga, las bandas, la
prostitución y los habitantes de calle. Si las plazas, los edificios y las calles de la ciudad
hablaran, ¿Qué cree usted que dirían?