
Ilda Viviana Ramírez Mesa
Entre las verdes montañas del corregimiento de Salónica, en el municipio Riofrío (Valle del
Cauca), nació en 1957 Carlos Enrique Cano, un hombre de piel trigueña, delgado, cabello
ondulado color castaño y al menos 1.70 de estura. Carlos, quién hoy tiene 61 años de edad,
expresa que su infancia no fue fácil porque que vivir en la montaña no le permitía salir con
facilidad de la finca en donde habitaba con su familia. Recuerda que fue aquella dificultad
para salir y los largos trayectos que debía caminar, unas tres horas a pie, lo que provocó
que solo pudiera asistir a la escuela seis meses. Fue así como a sus ocho años dejó las aulas
para dedicarse a recolectar café y desyerbar a machete la finca junto a su padre. Ahí
comienza un largo camino como recolector de los que van de finca en finca.
“Mi mamá me enseñó a fumar cigarrillo, mi mamá me daba y yo fume y fume. Cuando no
me daba, yo se los robaba”, cuenta Carlos quien al final de esta frase soltó una carcajada.
Desde muy joven se vio expuesto a los vicios, su madre le había dado sus primeras
cajetillas de cigarros a los siete años; y tal vez sin medir las consecuencias fue este acto el
que abrió la puerta para que Enrique, rodeado de ‘malas amistades’, conociera la marihuana
a sus once años, la que no ha podido dejar de consumir.
‘El Cano’, como es conocido entre los demás recolectores de café, salió de Salónica
(Riofrío), a trabajar en otros municipios del Eje Cafetero cuando tenía 14 años, fue en estos
recorridos que conoció, en el caluroso y plano municipio de la Virginia (Risaralda), a Luz
Marí, la madre de su único hijo, con quien vivió cerca de nueve años, hasta que, como el
mismo lo expresó, su esposa dejó de ser su prioridad, por lo que pronto se separaron y en
mutuo acuerdo llevaron al pequeño a vivir con los padres de Carlos, quienes se encargarían
de brindarle una mejor calidad de vida, algo que ellos no estaban seguros de poder darle.
Tras la violencia que azotó a su pueblo en los años 90, Carlos vio morir a muchos de sus
amigos a manos de la guerrilla, por lo que decidió salir definitivamente de Riofrío, por tal
razón lleva más de 24 años fuera de casa, sin volver a ver a su madre, pero con tranquilidad
expresa que algún día sacará tiempo para visitarla.
Desde hace años ha recorrido sin rumbo fijo la zona andina colombiana, trabajando en al
menos cuatro fincas diferentes en una semana. En su maleta no lleva muchas cosas, tan solo
tres mudas de ropa: una para trabajar, otra para salir los fines de semana al pueblo y la
tercera para dormir en las noches. Confiesa que no le gustó cargar con mucho equipaje. Por
lo que, en una ocasión, botó su maleta y se quedó con lo que llevaba puesto.
‘El Cano’ lleva al menos 50 años consumiendo sustancias psicoactivas, luego del cigarro y
la marihuana llegó a consumir heroína. En su rostro se dibuja un poco de decepción al
admitir que no ha podido dejar de fumar y de consumir otros alucinógenos, y reconoce que
este vicio no lo ha dejado conseguir nada en la vida. Explica que para evitar consumir
durante la semana busca trabajar en fincas no muy grandes, en donde la venta de drogas ‘no
esté a la vuelta de la esquina’, así, según afirma, logra resistir hasta el sábado y domingo
cuando sale a la cabecera municipal y sacia aquella destructora necesidad.
Carlos, serio y solitario, que viste ropa desgastada y sucia, y quien no lleva ni siquiera un
radio como lo hacen otros jornaleros, ha visto a lo largo de sus 61 años morir a más de un
recolector por sobredosis, y despreocupado de que ese pueda ser su destino expresa que “si
él cayó ahí, es porque ese era su día”.
“Nos envenenaron con eso…Un man de esos viene y nos envenena a nosotros, tenga ahí la
prueba… siempre es más fácil envenenar al campesino”. Así mismo, Carlos confiesa que
ha trabajado en fincas en donde no se les paga con dinero sino con droga, pero según él,
cuando llega a fincas así suele irse pronto, no le agrada que decidan por él qué hacer con su
dinero, no le gusta que le paguen en especie.
‘El Cano’ ama el campo y los cafetales, pero a pesar de comprender que las drogas no le
han permitido darse una mejor vida con lo que gana recorriendo los departamentos
cafeteros, no cree que pueda dejar de consumir sustancias, porque más que un bulto de café
esta será la carga que lleve consigo a cuestas.